La fragilidad del aprendizaje mercantilizado.

La formación continua era parte de la solución contra la crisis, sin embargo, ahora también parece que es parte del problema, pero desde hace años esta situación lleva tiempo siendo un secreto a voces. Recientemente publicaba uno de los detonantes: el peligroso incremento de la formación a distancia.

Pero mi entrada al blog es un grano respecto a una montaña. Hace escasamente un mes saltaba a la prensa el caso Aneri, centrado principalmente en Madrid. A raíz de este caso, algunos alumnos comentaban en clase de pedagogía laboral sus experiencias y las de otros: cursos a distancia con libro, examen, y respuestas al examen, que deja a voluntad del alumno si leer el contenido, o sencillamente contestar y ganar un título, cursos que te regalan una Tablet y el aprendizaje queda en último lugar, cursos que se convierten en una pantomima, incluso cuando trata de temas tan serios como la prevención de riesgos, y un largo etcétera de situaciones rocambolescas que dejan entrever dos situaciones:

–       La primera, que la formación está excesivamente mercantilizada,  convirtiéndose en una forma fácil y rápida de ganar dinero. Por supuesto que es lícito enriquecerse con la formación para el empleo, pero no es lícito regalar o crear títulos sin que implique a cambio aprendizaje, una mejora de las opciones de encontrar empleo, o de mejorar el que ya tienes.

–       La segunda afirmación está íntimamente ligada a la primera. No hay una profesionalización suficiente de la formación. Cualquiera puede decir que monta cursos, sin necesidad de formación pedagógica alguna… no digamos titulación. Se considera que para enseñar es suficiente con saber de la cuestión, y no es cierto, además de saber se necesita saber enseñar.

Si diseño un puente, requiero de un titulado que certifique que ese puente no se caerá, si estoy enfermo, la persona que me ofrecerá un tratamiento debe estar titulado, si inicio un proceso judicial, debo estar acompañado por letrados, cuando mi hijo asiste al colegio, su profesora debe estar titulada, si soy alumno de la Universidad, mis profesores requieren tener exigencias curriculares, además de una titulación. Sin embargo, si realizo un curso en formación para el empleo, no se exige titulación alguna. No hay un profesional específico, o mejor dicho, no se emplea al profesional específico. Por lo tanto, el aprendizaje queda en un segundo plano, y sólo tiene protagonismo enseñar, provoque o no aprendizaje.

Si el alumno se va contento con un título bajo el brazo y una Tablet, y los gestores del curso, se enriquecen lo suficiente ¿qué más da si el alumno a aprendido o no? Pero claro, la pregunta es ¿quién paga todo eso?

En la edición digital de El País, del día 15 de Abril, en el artículo publicado “Interior indaga un fraude en cursos de formación en Andalucía” se especifica:

“La mayoría de los interrogados hasta ahora son supuestos alumnos de los cursos de formación. Una de las irregularidades descubiertas en la investigación inicial se centra en cursos programados que ni siquiera llegaron a impartirse y que se habrían justificado rellenando listados con asistentes ficticios, aunque el nombre y apellidos de esos beneficiarios sí son reales.”

Volvemos a caer de nuevo en un error. Por supuesto que el alumno debe ser preguntado, pero no sería adecuado contar con un «peritaje» respecto al aprendizaje. Alguien que determine si se ha producido o no aprendizaje, si el curso ha tenido una utilidad real para el alumno y para la sociedad en su conjunto. Responder a estas preguntas nos podría llevar a una peligrosa conclusión: la utilidad de la formación en la actualidad. Así que nos conformamos con preguntar a los alumnos si se impartió o no el curso… pero que pasaría si preguntamos si han aprendido o no, si ha sido de provecho o no.  Hasta que no nos planteemos esa pregunta seriamente, la formación, en muchas ocasiones seguirá siendo un despilfarro más, independientemente de si los alumnos asisten o no.

Para terminar, cito el siguiente estudio:

«En general, la asociación entre esfuerzo formativo o cantidad de formación y empleabilidad arroja resultados dispares dependiendo de qué indicador de empleabilidad se adopte a la hora de buscar una asociación. Por tanto, globalmente, la hipótesis de partida sólo se confirma parcialmente. En primer lugar, la asociación más clara queda establecida en el grupo de trabajadores ocupados. En ellos, el esfuerzo formativo realizado contribuye a que asciendan o cambien sus funciones. Por consiguiente, en referencia a la dimensión organizacional de la empleabilidad, la hipótesis específicamente formulada se confirma. Sin embargo, al estudiar la asociación entre esfuerzo formativo y mantenimiento/consecución del empleo (en trabajadores ocupados y desempleados respectivamente), los datos no arrojan ninguna asociación significativa. En consecuencia, en el caso de la dimensión socioeconómica de la empleabilidad, la hipótesis queda claramente refutada.»

Ramírez-del-Río, Antonio & Garrido Casas, Jorgina (2011). Evaluación del impacto del esfuerzo formativo en la empleabilidad de los trabajadores en el contexto del modelo formativo tripartito español. RELIEVE, v. 17,  n. 2, art. 4.  http://www.uv.es/RELIEVE/v17n2/RELIEVEv17n2_4.htm


Las plataformas e-learning han muerto… y los pedagogos no hemos ido al entierro.

No me he resistido a utilizar un título llamativo, populista, y extravagante que posiblemente sea capaz de captar la atención más de uno. Pero el objetivo de esta reflexión es otra muy distinta.

(Los paréntesis son utilizados «sólo» para traducir terminología pedagógica.)

Después de años de gestión de plataformas (sistemas de aprendizaje), de creación de cursos (procesos de enseñanza – aprendizaje), tutorías (acción tutorial), y formar a formadores de muchos ámbitos, esta apasionante mundo del e-learning (o teleformación, o aprendizaje on-line, etc.) no deja de sorprenderme… y la ausencia de profesionalidad… (profesionales de la formación y/o de los procesos de aprendizaje) tampoco.

Ahora, parece que las plataformas e-learning han muerto. Existe la idea de que no podemos adaptar el modelo de aprendizaje al campus virtual… sino que tenemos que adaptar el campus virtual al modelo de aprendizaje. Pero con que soltura hablamos de modelos de aprendizaje. Es cierto que Moodle, antes de la explosión de la Web 2.0 ya se situaba en el modelo de aprendizaje constructivista pero yo lo he usado como profesor de Universidad, como docente en empresas, como diseñador de acciones formativas, en acciones presenciales, semipresenciales, y virtuales, también en asignaturas universitarias, en acciones de formación continua (o formación para el empleo) en acciones de carácter privado, para estudiantes, para trabajadores, para desempleados, para alumnos con un alto nivel cultural y otros de bajo nivel cultural, y un largo etc. y no me he visto obligado en ningún caso a adaptarme al modelo constructivista. Es más, es adaptado las herramientas que he tenido a mi alcance a los objetivos de las acciones formativas, y a uno o varios modelos de aprendizaje.

Desde que inicié mi andadura profesional con Atutor hace más de 15 años pasando por campus como Moodle (y sus derivados), WebCt y su reencarnación en BlackBoard Learn, hasta otras opciones de diseño “exclusivo” he tenido claro que la calidad de la docencia y el modelo de aprendizaje poca dependencia tiene (o debería tener) con el campus. Me he cuidado de no ser ni “tecnofílico” ni “tecnofóbico”. Tiene más que ver con el los alumnos, los contenidos, los objetivos, la metodología didáctica, la evaluación, y un largo etc. de elementos de carácter pedagógico. Por supuesto, que a mayor conocimiento, a mayores medios, a mayores recursos, posiblemente mejor producto (o servicio). Pero el campus, y las herramientas internas o externas a este no dejan de ser herramientas que debemos adaptar al modelo de aprendizaje. Y desde mi punto de vista, y desde otros expertos de reconocido prestigio, tendemos a la “tecnofilia”.  No adaptamos los recursos existentes al modelo de aprendizaje, sino que supeditamos el modelo de aprendizaje a las modas tecnológicas… y eso es peligroso. Al final convertimos las acciones en un escaparate de virtudes tecnológicas de última generación, mientras el objetivo (que el alumno aprenda) queda en un tercer o cuarto lugar.

Y si el lector duda… vamos a realizar una pregunta: ¿cuántas novedades conoce en el ámbito del aprendizaje? ¿cuáles son las últimas novedades en teorías del aprendizaje? Y ahora, hágase la misma pregunta respecto a las últimas novedades tecnológicas. ¿No cree que debe existir un mayor equilibrio?  ¿No cree que si usamos sólo novedades tecnológicas tendemos a perder el norte?

Pienso a menudo en experiencias con excelentes profesores, que no sabían nada de nuevas tecnologías, pero con los que ha aprendido mucho, en contraposición con “excelentes” cursos de impresionante repertorio tecnológico y tutores virtuales del copia y pega mensajes para todos que no me han enseñado nada, donde para aumentar el beneficio, se amplían las ratios o incluso se contratan “teletutores” como si de telmarketing abuisivo se tratara.

Pongamos un ejemplo: la norma de calidad UNE 66181 no me dice que campus debo utilizar, ni que tecnologías, me dice que metas de carácter pedagógico debo alcanzar (y hasta que modelos de aprendizaje). Eso sí, en esta norma se hace un esfuerzo por evitar la «jerga pedagógica», y añadimos términos como factor de asimilación, y usamos términos pedagógicos (como la tutoría) cuando no nos queda más remedio.

Pero claro, entre que los pedagogos o profesionales de la formación, en ocasiones vemos este mundo desde lejos, muy desde lejos y además parece que nos sobra el trabajo… o los ámbitos de actuación (pues a este le hacemos poco caso… y al ámbito laboral también poco hcaemos poco caso). Por otra parte como la formación se mercantiliza a ritmos desorbitados, no paran de aparecer cursos, y creadores de cursos, y herramientas para crear cursos que desde mi punto de vista no hacen otra cosa que intentar paliar un gran defecto… y es la falta de pedagogía, en productos pedagógicos.

Con todos mis respetos no tengo interés en participar en un webinar al que recientemente he sido invitado para aprender en unas horas a crear un curso con éxito. También regalan un ebook de 13 páginas (contando portada pero con ausencia de bibliografía), que contiene un videotutorial, te recomiendan el uso de un software (por cierto de carácter genérico, no de creación de contenidos) y poco más. Todo un repertorio de tecnologías (webinar, ebook, videotutoriales, etc) pero sin nada de pedagogía.

En Junio de 2012, titulaba una entrada de la siguiente forma: “Cuanto más conozco las plataformas elearning, más consciente soy de su irrelevancia respecto a los procesos de enseñanza aprendizaje en e-learning”. No era mi intención predecir su muerte… es más su muerte considero que puede llegar a ser irrelevante. Mi intención era poner por encima el aprendizaje, y las herramientas como su apoyo. Sin embargo, una de las desventajas de tener cada vez herramientas más innovadoras es que su uso eclipsa su objetivo final cuando este es el aprendizaje.